Reseña del libro "Educación Popular. Raíces y travesías, de Simón Rodríguez a Paulo Freire" de Marco Raúl Mejía

"La educación para todos llegará", mi reseña del libro "Educación Popular. Raíces y travesías, de Simón Rodríguez a Paulo Freire" de Marco Raúl Mejía en  Fronterad. Libro publicado por Ediciones Aurora. Bogotá, Colombia. Primera edición: 2020. ISBN: 978-958-540242-3 

“No den por imposible lo que no hayan puesto a prueba… el que no hace nunca yerra, más vale errar que dormir.” Simón Rodríguez (pág. 103)


Marco Raúl Mejía dedica el libro a dos grandes figuras de la Educación Popular: Simón Rodríguez y Paulo Freire. El primero abre camino con su vida de maestro como ejemplo, con sus textos por guía, cuando los virreinatos españoles se independizaban y se constituían en repúblicas. El segundo canaliza el devenir “sentipensante” de la identidad latinoamericana –frente a una identidad europea o norteamericana– proyectándola al mundo desde mitad del siglo XX hasta su fallecimiento en 1997.

Simón Rodríguez fue gran amigo de Simón Bolívar, compartieron exilio en Europa empapándose del espíritu revolucionario francés y de los Derechos del Hombre de 1789. Regresaron a América para independizarse del Imperio español, que sentían viejo mundo de amos y sometidos, para crear nuevas naciones de sociedades justas e igualitarias donde ciudadanos libres y emancipados regirían su destino. Rodríguez afirmó que “sin educación popular no habrá verdadera sociedad” (pág. 38) y que su fin era “educar pueblos que se erijan en naciones, es decir, educar para las nuevas repúblicas” (pág. 38). Educar para librarse de enemigos con nombre propio, sufridos durante siglos: “reinventar la educación y la escuela por estos lares para hacernos americanos y no europeos” (pág. 45). Necesitarán escuelas para que la infancia blanca, negra, mestiza, parda, indígena, rica o pobre se convierta en americana. A medida que los territorios se independizaban de los españoles, Rodríguez –con el apoyo de Bolívar– creó los primeros centros educativos para toda la infancia en varias poblaciones de América, provocando el rechazo de las autoridades locales –ya independientes–, pues la filosofía pedagógica del maestro amenazaba el statu quo social: ¿para qué querrán los pobres –sean del color que sean– aprender a leer, escribir, ciencias o artes si su futuro es trabajar el campo, pescar en el mar, perforar las minas…?

La vigencia de su pensamiento ilumina el presente latinoamericano donde las constituciones nacionales defienden los derechos de toda la infancia, mientras la realidad de muchos niños y jóvenes sigue en exagerada desigualdad social y económica. “La enseñanza no debe alojarse en salitas ni en cuartejos. Deben construirse edificios y surtir de instrumentos necesarios para las aulas” (pág. 86), dijo Rodríguez en 1794. También lo podría decir ahora en muchas ciudades y zonas rurales. “La propuesta que se tenga de escuela debe ser coherente con el proyecto y el sentido que se le quiere dar a la sociedad” (pág. 54). Otro problema de hoy: la confrontación ideológica que difumina los proyectos político-sociales de los Estados latinoamericanos. El maestro Rodríguez quería “emprender una educación popular para dar ser a las repúblicas imaginarias que ruedan en los libros y en los congresos” (pág. 57). Doscientos años después, el poeta colombiano Juan Manuel Roca escribía en la Carta a Bolívar: “Por aquí no andan las cosas parejas con su sueño” (citada por Mejía en la pág. 105).

Paulo Freire propone una educación liberadora, emancipadora, problematizadora, educación como práctica de la libertad, donde el educador trabaja con el devenir inconcluso del ser humano. Freire dice en su libro Pedagogía del oprimido, de 1968, que la educación proporcionada por el Estado brasileño y el establecimiento dominante era “bancaria”, es decir, unas personas depositaban unos datos en las cabezas de otras. La educación “bancaria” es un instrumento de opresión, la Educación Popular es su antídoto, ya que restaura la realidad del opresor y del oprimido desactivando su lucha, liberándolos. La Educación Popular es en sí construcción social, a partir de la lectura crítica de la realidad que lleva a la transformación de las condiciones que producen la opresión, la injusticia, la explotación, la dominación y la exclusión. Exige compromiso ético-político para mediaciones educativas y negociación cultural, confrontación y diálogo de saberes desde el escenario cultural de los participantes, generando heterodoxos procesos de producción de conocimiento que se proyectan en otras maneras de vivir los territorios y las organizaciones que nos estructuran.

La vigencia del pensamiento de Freire es palpable. La vemos en el campo educativo, en el quehacer de las artes contemporáneas cercanas a los movimientos sociales, en la emergencia de procesos investigativos a partir de la práctica, en la investigación acción participativa desde el hombre-mundo que reacciona ante la opresión concreta sobre su presente: la voz del hombre-mundo que clama desde la injusticia y restaura el orden natural. “En todo acto educativo emerge una realidad que debe ser explicitada en el lenguaje de los actores que la viven y desde los intereses de quien la enuncia” (pág. 125), afirma Mejía. La Educación Popular es construcción de procesos de gobernabilidad mediante la acción cultural en todo contexto –también en la educación obligatoria de la infancia–, es transformación de subjetividades críticas y de su medio, y no es la adaptación al medio existente. Freire canalizó el “sentipensamiento” latinoamericano compartido con la teología de la liberación, el teatro del oprimido, la teoría de la dependencia, el marxismo indoamericano, la literatura del realismo mágico, la filosofía del buen vivir/vivir bien… Es una propuesta de epistemologías de la diversidad desde el Sur que rescata y emerge pluriversos invisibilizados por las cosmogonías dominantes.

El libro La Educación Popular. Raíces y travesías, de Simón Rodríguez a Paulo Freire, de Marco Raúl Mejía, es descriptivo y sugerente, más para un europeo como yo. Tras seis años viviendo en Colombia, conociendo otros países latinoamericanos gracias a los proyectos educativos con la infancia, donde colaboro, después de hablar con profesionales de la pedagogía y de leer sus libros, entiendo la importancia de la Educación Popular. Ésta aúna la visión, voluntad y valor de miles de profesionales de la educación de América del Sur y Central durante décadas para que todos los ciudadanos reciban la formación intelectual, ética y estética que les permita desplegar su potencial, formar su identidad personal y colectiva, ser aquello que desean en libertad.

Dicho así, más o menos, nos recuerda al objetivo de grandes pedagogos de la Historia: educar ciudadanos emancipados con juicio crítico, capaces de construir su mundo con el método científico y los lenguajes del arte, tejedores de sociedades inclusivas conscientes mediante el diálogo y el consenso voluntario. La Educación Popular enlaza con el movimiento revolucionario francés que en pluma de Nicolas de Condorcet ideó la educación universal –al principio solo para hombres– de la nueva República. Luego emparenta con las corrientes pedagógicas libertarias y anarquistas europeas del siglo XIX y primera mitad del XX, que en España conocimos bien con Ferrer i Guardia o Joan Puig Elías –exiliado en Porto Alegre, Brasil–. De la Educación Popular mana un importante afluente hacia la Norteamérica de la segunda mitad del siglo XX y hasta hoy con pensadores como Michael W.Apple, Peter McLaren o Henry Giroux.

Imaginar una sociedad entre iguales es una utopía aún hoy, un horizonte hacia donde ir. Los países de América Latina y el Caribe han transitado por democracias y dictaduras de varias intensidades, con grandes grupos ciudadanos fuera del paraguas garantista del Estado, incluso aniquilados por éste. Resistir a la injusticia es una reacción natural. Ante una educación que transmite valores y formas ajenas a la población local, incluso destruyéndola, la Educación Popular propone un hacer y saber autóctono que dé voz y soberanía, convirtiéndose en un brillante foco pedagógico de alcance mundial.

A la par, la Educación Popular proyecta sombras de mera resistencia donde permanentemente nosotros las víctimas luchamos contra ellos los victimarios foráneos que contaminan nuestra pureza. Imperios coloniales, contubernios capitalistas globalizadores… formidables enemigos que desvían las miradas latinoamericanas y caribeñas de los problemas intrínsecos de sus sociedades. Como se decía –¿aún se dice?– en España, “contra Franco vivíamos mejor”: luchar contra grandes enemigos fortalece nuestra identidad y sentido de existencia. Sólo así entendemos que la Educación Popular considere –a veces– la educación pública instituida por el Estado como enemiga, pues vendría impuesta por el poder, no constituido por el pueblo, para someterlo.