La arquitectura acelera nuestro desarrollo cognitivo



Tuning architecture with Humans. Neuroscience applied to architectural design, de Davide Ruzzon. Introducción de Juhani Pallasmaa. Editorial Mimesis International, 2022.
 
Davide Ruzzon es arquitecto, director del Máster de Neurociencia Aplicada al Diseño Arquitectónico (NAAD) de la Universidad Iuav en Venecia. Él investiga un amplio campo que aúna la arquitectura, la ciencia y la filosofía. Para ello colabora con la tupida red de investigadores internacionales de la neurociencia, la neuropsicología, la neuroestética, etcétera, que estudian el cerebro humano y su relación con el ambiente que habita. Algunas preguntas que gravitan sobre sus pesquisas son: cómo reacciona nuestro cuerpo cuando está en un ambiente determinado, cómo influimos nosotros en ese ambiente, cuál es la memoria de la especie que nos configura desde hace millones años, por qué actuamos con patrones de comportamiento heredados a partir de metáforas primarias...

Ruzzon publicó Sintonizar la arquitectura con los humanos. La neurociencia aplicada al diseño arquitectónico (Tuning architecture with Humans. Neuroscience applied to architectural design) en 2022. Según el libro, la arquitectura es un artificio que hemos creado los humanos para acelerar nuestro desarrollo cognitivo. Nacemos con la memoria de la especie forjada con imágenes –huellas neuropsicológicas de comportamiento– que se manifiestan en nuestros ritos y mitos. La memoria individual también nos afecta, como el oleaje de la superficie marina influye en la corriente profunda del océano, es decir, poco. Como lector, me surge una pregunta: ¿cuál es la libertad del sujeto si su memoria de especie lo condiciona tanto? El libro insinúa una posible respuesta desde la neurociencia: la actitud de búsqueda (seeking) del sujeto en el ambiente que habita para transformarlo es lo único que proporcionará satisfacción a ese sujeto.

Hace unos 12 mil años los humanos construyeron Göbekli Tepe o la Colina del Ombligo en el actual sur de Turquía. Esos espacios circulares son la proyección petrificada de los patrones de comportamiento heredados por sus autores ante un ambiente determinado. A la vez, esos espacios circulares enseñaron a las futuras generaciones cómo habitarlos. Nosotros y el ambiente somos uno. Si uno cambia, el otro también. La arquitectura nos enseña a orientarnos y a navegar en el espacio y el tiempo. Es decir, la arquitectura permite que tengamos consciencia de quiénes somos, dónde estamos y a dónde vamos. Göbekli Tepe daba sentido al devenir de sus autores porque los sintonizaba (attunement) con el cosmos. Tal vez siga dándonos sentido hoy día. De la misma manera, la mala obra de arquitectura nos desorienta, nos desmotiva, nos empeora como personas y especie. Surge una cuestión estimulante: ¿las ciudades y los pueblos actuales fortalecen o debilitan nuestro desarrollo cognitivo? Ruzzon pone ejemplos de obras arquitectónicas actuales que nos desorientan y dificultan desarrollarnos como seres sociales y comunicativos.

Sentirnos parte de un colectivo nos exige compartir los mismos patrones de comportamiento. Para conseguirlo, nuestro cerebro necesita percibir el entorno con órganos de percepción en movimiento. Dichos órganos han cobrado la forma que el propio ambiente y el movimiento les han dado. El cerebro procesa lo percibido con ayuda de la memoria y crea una simulación de lo que sucederá en los próximos instantes. Finalmente, actuamos según esa simulación. Si lo que sucede coincide con la simulación nos sentiremos felices y tranquilos. Si no coincide sentiremos frustración y peligro. En ese caso, el cerebro generará nuevas expectativas y volverá a probar suerte con una nueva simulación en el ambiente. Y así hasta que sintonice y sienta satisfacción. Los grupos humanos que comparten esa necesidad de búsqueda tienen más posibilidades de sobrevivir.

La voluntad de búsqueda es una emoción que nos mueve adelante y crea la novedad. Nuestro hipocampo necesita novedades. A la vez, nuestro cerebro siempre busca el ahorro de energía. Riesgo y cautela, una pareja en equilibrio que nos conduce a momentos de significación y consciencia. Toda la vida buscamos la seguridad espacial que experimentamos en el vientre materno. ¿Cómo recuperamos esa seguridad y esa tranquilidad? Saltando de un estado cognitivo –tal vez mítico de tiempo circular– a otro –tal vez histórico de tiempo lineal–. O al revés. La arquitectura estimula nuestro desarrollo cognitivo, pero no de igual manera a todos. El diseño de espacios tiene que crear las posibilidades y “asequibilidades” (affordances) para que sus habitantes diversos se “agarren” (to grip) al espacio, como las raíces de un árbol se agarran a la tierra. Mover un árbol de su lugar es difícil porque hay que sacarlo de raíz y plantarlo en otra tierra. Cambiar a los humanos de su ambiente exige cambiar sus patrones de comportamiento para que se adecúen al nuevo ambiente. Ruzzon concluye que no basta con diseñar espacios para meras variaciones de los comportamientos aceptados. Al contrario, tenemos que diseñar espacios que cambien los patrones profundos de comportamiento de los humanos que los habitan. ¿Cómo lo conseguiremos? Con el estudio de las aportaciones de la neurociencia, afirma el autor.